7 mar 2016

¿Qué sería del Universo sin ojos que lo miren?


¿Qué sería del Universo sin ojos que lo miren? ¿Seguiría existiendo? ¿Seguiría igual?

Una pregunta como esta, de solución aparentemente sencilla y que podría parecer hasta tonta, Tal vez te recuerde a la paradoja del árbol que cae, seguro que la has escuchado en alguna ocasión, incluso aparece en Los Simpsons, como todas las cosas importantes de la vida. Es una pregunta tan antigua como la memoria y viene a formular la siguiente cuestión. ¿Hace ruido un árbol que cae en mitad del bosque cuando no hay nadie para escucharlo?


Un científico racional afirmaría tajantemente sin dudar un segundo. Un físico cuántico afirmaría, posiblemente con algún “pero”, un filósofo tendría serias dudas y probablemente no llegaría a una conclusión.

Pues bien, trasladando la duda a la primera cuestión, ¿qué sería del Universo sin ojos que lo miren? A mí, que no soy científico, ni filósofo, ni lo pretendo, se me ocurre que probablemente existiría igualmente, pero por otro lado, si no hubiese un solo ojo en el universo que fuera capaz de observarlo, ¿cuál es la diferencia entre que exista y que no exista? Y si me apuras, ¿a quién le importa que exista o no, si no hay nadie para observarlo? Eso sí, sin ojos que lo miren, cuánta belleza desperdiciada.

Al final, dicen que este tipo de preguntas no se idearon para encontrar una respuesta, sino para enredar la mente en bucles abstractos con el fin de entrenarla. Así que, ya que nos hemos enredado, vamos a seguir entre paradojas. De esto los griegos antiguos sabían un rato. Prueba de ello son las paradojas de Zenón, un tipo que vivió hace unos 2500 años y que se conoce que se aburría bastante, con lo que llegaba a razonamientos delirantes que te pueden dejar un rato dándole vueltas al asunto. Una de sus obras estrella es la paradoja de la dicotomía, al loro:

Zenón está a ocho metros de un árbol. Llegado un momento, lanza una piedra, tratando de dar al árbol. La piedra, para llegar al objetivo, tiene que recorrer antes la primera mitad de la distancia que lo separa de él, es decir, los primeros cuatro metros, y tardará un tiempo (finito) en hacerlo. Una vez llegue a estar a cuatro metros del árbol, deberá recorrer los cuatro metros que le quedan, y para ello debe recorrer primero la mitad de esa distancia. Pero cuando esté a dos metros del árbol, tardará tiempo en recorrer el primer metro, y luego el primer medio metro restante, y luego el primer cuarto de metro… De este modo, la piedra tendrá que pasar por infinitos puntos intermedios, con lo que nunca llegará al árbol.
Sin embargo, Zenón sí que llegaba al bar todas las noches, eso seguro… y bebía con otro paisano suyo, Eubulides de Mileto que se preocupaba en pensar cosas como “¿Cuándo un montón de arena deja de serlo?” y empleaba su valioso tiempo en construir inspiradoras frases para el devenir de la humanidad como: “Esta oración es falsa“.

Del huevo y la gallina mejor no hablamos ¿no?